Contiene: Ayacucho: un apacible vallecito de iglesías que asientan sus faldas de tiesto en las menudas colinas y en la cruz de los tejados; de arcos de cal y canto quebrados por el tiempo donde el agua fluye en lenguas que se abren como flores en las grietas de puentecillos con joroba a media espalda, tendidos a gatas entre callejuelas de empedrados con musgos y acequias que alargan sus venas de estrías azules de esquina a esquina; de huertos aromados y pompas de tunales donde las calandrias y los gorriones inauguran la ternura de su silbo en cada madrugada; de portales que se arriman unos a otros desde hace siglos como si sostuvieran sobre sus arquerías el gran toldo del cielo, de santos, virgenes y señorios con leyenda, ya hechos por ángeles artistas ya dueños de la vida y de la muerte, en cuyos ojos hay un velo de tiempo y otro de eternidad; de casonas con mantos de sol tendidos a secar en los patios, hiedras prendidas a las columnas como amantes anchas escalinatas señoriales y blasones que ya no sirven grabados en la piedra de varios pintorescos donde la vida retrocede en sus umbrales dos y tres siglos para meterse en el virreinato.

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